REFLEXIONES NON
SANCTAS DE SEMANA SANTA
Dice el diccionario de la Real Academia, que la
palabra SANTO, como adjetivo, significa “Perfecto
y libre de toda culpa”, de donde resulta fácil concluir que en este mundo de la especie
humana no hay santos y el que se lo
crea, adolece de una soberbia irredenta, lo que de suyo lo descalifica para
aplicar al santoral. De manera que la reflexión en primera persona y desde la
imperfección que me caracteriza, es lo que hoy considero válido, sin absolutos
y con disposición a cambiar la perspectiva si las circunstancias lo ameritan,
de manera que ni yo misma me la creo mucho, porque soy una especie de voltiarepas, eso sí, apoyada en la razón
y la sinapsis. ¿Entienden porque me parece irresponsable dar consejos, ejemplo,
recomendar religiones, filosofías o creerme dueña de la verdad?
Seguramente si hubiera podido vivir frente al mar, en un pent-house pagado por un marido
generoso, si me hubiera adaptado a la sociedad de consumo, miraría las personas
reflexivas, las que dicen verdades, las que miran con perspectivas distintas a
las de la masa, como bichos raros, cuando no insanos mentalmente; felizmente no
fue así, la vida me impuso la necesidad de revisarme, de examinarme, de
deconstruirme, para aceptar pasablemente la angustia de vivir.
Las pobres almas del purgatorio |
No siempre fue así, dentro de mí aún vive esa niña a quien mi nona
Carmelita vestía con un abriguito blanco, con guantes blancos, los jueves
santos en Pamplona, para que la acompañara a arreglar el Santo Sepulcro que
saldría en la procesión del viernes, labor que realizó gustosa y de su propio
peculio, por más de veinte años. Llena de fervor la ayudaba en silencio con las
canastas de azucenas, los ramos de tul y los perfumes paganos con los que
rociaba la imagen; desde entonces me sentía confundida y amilanada por tanta
sangre y sufrimiento y desde entonces me gustó más el Jesús vivo y hermoso del
Sermón de la Montaña.
Lo primero que no entendí es que Dios recreara tanto dolor y
sufrimiento, tanto castigo y culpa, tanto remordimiento y llanto; cuando entraba
a una habitación que en la casa de la Calle Real la abuela tenía destinada para altar y santos,
me repugnaba un cuadro de unos seres atormentados entre llamas, que imploraban
ser sacados de allí: eran las almas del purgatorio; me producía escozor una imagen
del Sagrado Corazón con la víscera cardíaca expuesta y sangrante por cuenta de
mis culpas y pecados y de las culpas y pecados de todo el género humano y
empecé a pensar que si tuvo en sus manos hacernos perfectos, lo que le había
resultado era toda una chambonada, por lo menos en lo que a mí me correspondía,
llena de miedos, de inseguridades, de incredulidades y por lo que correspondía
a los seres de mi entorno, excluyentes y poco dados al prójimo
incondicionalmente.
Pero la nona y mi mamá que se ocupaban no solo de mi salud moral,
sino de mi salud intelectual, antes de que cumpliera los ocho años, ya me
habían regalado dos libros que dispusieron mi ánimo para la lectura: uno era “Las Mil y una Noches” en una edición
preciosa y bellamente ilustrada, que conservo y el otro “Las más bellas leyendas de la antigüedad clásica” que vi por última
vez en Iscalá.
Thor y su invencible martillo |
Me di cuenta que era católica, apostólica y romana por cuenta de
la crianza y la latitud, pero que seguramente sería anglicana si fuera inglesa,
luterana si fuera alemana, creería en Thor si hubiera sido vikinga o en Zeus y
compañía si hubiera sido griega en la antigüedad y que no era politeísta como
mis ancestros aborígenes, simplemente porque la conquista de América, a punta
de cruz y de espada, había hecho de mí, otra cosa.
Lo único que verdaderamente pude deducir, con cierta certeza que
me reconfortaba, era que los seres humanos, en donde quiera que estuviesen,
cualquiera fuera su cultura, su etnia o su asentamiento geográfico, habían
acomodado dioses, creaciones y orígenes, para suplir sus necesidades
emocionales; yo ya no era tan rara, ni tan solitaria, ni tan pesimista, aprendí
que no había dioses temibles, ni cielo, ni infierno, ni verdades absolutas y
que el mito era una simple invención humana o cuando mucho un relato maravilloso
y épico, que nada tenía que ver con la historia, ni los hechos reales,
protagonizada por seres de carácter divino o heroico, que daba respuestas
irreales a lo que los seres humanos no alcanzábamos a comprender, aún a costa
de calumniar a dioses y de inventarles falencias humanas.
Zeus y Hera |
Entendí que lo verdaderamente importante era la convivencia
pacífica y que debía estructurar mi vida alrededor del respeto y la tolerancia,
encontré en la filosofía y el conocimiento, el humanismo que buscaba para mí,
aprendí que el mundo no se creó en seis días, sino que cada día cambia, se
recrea, evoluciona y que yo soy la medida de todas las cosas. Me respaldaban
los científicos, la física, la astronomía y eso me producía consuelo, alivio y
en buena mediad un sentido de la vida, que no lo tiene per se, que me corresponde a mi buscar, explorar, concluir.
Ni era hija de Dios, ni heredera del cielo, falacias que nos
hicieron equivocar el camino, era simplemente un eslabón más en la cadena de la
vida, parte del paisaje, que cada día cambia y evoluciona, no estaba completa por
tener la vida biológica y si quería caminar en pos de la excelencia humana,
debía hacerme yo misma los acabados de la mejor manera posible, única forma de
trascender, sino como individuo, por lo menos como especie.
En esta Semana Santa de los católicos, frente a la perfección de la naturaleza, me he
sentido incrédula, libre y orgullosamente anárquica e iconoclasta, un poco pérdida sí, pero el Darwin me
dio una inmensa esperanza: no es que pertenezca a una especie monstruosa por la
violencia y la intolerancia, es que somos muy jóvenes sobre la tierra, vamos en
proceso de cambio, en fin que esta debacle se compone, me basta con cambiarla
para mí misma superando perjuicios que son de suyo imbéciles y alejados de toda
inteligencia y yo que creo poco y en lo poco que creo creo poco, de verdad que creo en la inteligencia, lo que la contradiga, es perverso.
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