domingo, 13 de marzo de 2011

POEMA DE AMOR EN PROSA


Hace tanto tiempo que no escribo una carta de amor; amo ese género epistolar con el que me sedujeron y con el que seduje; amo esas viejas cartas de amor que traian el olor y la caligrafía amados; la técnica devastadora masacró las cartas de amor, pero yo hoy te escribiré una,  en la que pueda contarte con algunos pormenores, tantos planes del otoño que tengo guardados para compartir contigo.

Fotografía de Henri Cartier Bresson
Tengo un largo y lento abrazo de bienvenida, que de una vez y para siempre, te haga sentir el tiempo perdido y te convenza que cada minuto, ahora, significa un eternidad de calor y compañía; guardo para ti una primera mirada que te cuente desde el fondo de unas pupilas dilatadas por la emoción, que puede el último amor ser el primero; y habrá un beso, claro que sí, un beso ardiente y profundo que deje sentir el límite preciso entre la carne y el espíritu.

Tendremos paseos al atardecer, cuando el sol de los venados nos anuncie que el dia termina y comienza la noche que será nuestra, con todo lo que ello significa ahora: cálida, pausada, tierna, sin promesas, sin ataduras, sin compromisos: todo incierto, todo indefinido, todo libre. Sin la mentira de hasta que la muerte nos separe, solo hasta que dure.

Iremos al mar y nos contaremos historias de aventuras en la que solo tu y yo seamos los protagonistas, no importa que sean inventadas, si son ciertas mejor y si no, pudieron haber sido ciertas, como cierto podrá ser el amor de los dos, al que no ha tocado la grosera realidad. La felicidad entre dos, es una delicada y frágil obra de arte, a la que la cotidianidad desluce, la costumbre resquebraja y lo prosaico la envilece. Solo una promesa: no habrá cotidianidad, costumbre, ni actos reflejos o condicionados.

Fotografía de Henri Cartier Bresson
Dormiremos abrazados hasta el amanecer y al medio día oiremos a Debussy para que le ponga fondo a nuestra siesta de faunos; por algunos ratos intensos, seremos el uno prolongación del otro y dejaremos que conversen nuestras almas y nuestros cuerpos, largamente y en sordina, para que puedan resarcirse de lo mucho que estuvieron esperando el encuentro.

Somos libres, autónomos, dos solitarios que ya tienen morada interior, nada nos separa, llegó el momento de empezar a correr uno hacia el otro como en las películas.

Ya tengo los brazos abiertos.

sábado, 5 de marzo de 2011

El viejo tiene el rostro que se diseñó.

Que cada cual tiene en la vejez el rostro que se merece, que duda cabe. Basta observar a nuestro alrededor para deducir sin mayor esfuerzo mental, que el estilo de vida del joven, se refleja en la cara del viejo. En ningún momento de la vida es tan necesario tener un concepto de la propia dignidad y una visión panorámica del ridículo, como cuando iniciamos el inevitable camino de la vejez y no digo el descenso, porque para muchos el proceso de envejecer es un ascenso hacia la sabiduría y hacia los placeres sutiles.

El joven y bien plantado Coronel Gadafi
Cuando era niña quería parecerme a mi mamá Stella y nada me ponía mas nerviosa que cuando un amigo me decía: Mi papá me preguntó si te pareces a tu mamá. Con el correr del tiempo supe que en muchas dimensiones, la mas parecida a ella, era yo: teníamos en común, el diminuto umbral de la frustración, las nostalgias se nos enquistaban hasta volverse casi inamovibles y con igual facilidad podíamos sentirnos extraterrestres, fuera de lugar, en el planeta azul. 

Apenas comenzaba el camino del otoño, cuando se fue de entre nosotros y uno de esos últimos días que compartimos juntas me dijo: tus amores y tus odios, tus comprensiones y tus incomprensiones, tu sobriedad o tu exceso, tu capacidad de cambio o tu necedad para aceptarlo, tu capacidad de olvido o tus resentimientos, se verán en tu rostro cuando estés vieja y yo le creí, por que ella nunca me dijo una mentira.
El viejo tirano megalómano y disoluto

En estos días viendo a Muammar Gadafi, me volví a acordar de mi madre; que extraño, el viejo tirano me hizo recordar a una mujer bella a la que yo quería parecerme. De pronto, en el claro oscuro de alguna de estas últimas tardes, pasé frente al espejo y la vi a ella, en el caminar pausado que hoy tengo y en el gesto de la cabeza; imposible olvidar nuestras conversaciones en estos tiempos que se avecinan. Ahí está para recordarme que hay cosas que nos salieron bien.