martes, 26 de agosto de 2014

De generosos y generosidades



Amo las palabras, su contenido gramatical, semántico, semiótico, cuando se utilizan falsamente me parece aleve traición al idioma y grosera manipulación de la realidad. La palabra generosidad, sonora y bella al oído, es manoseada ante cualquier acto de aparente desprendimiento de un individuo, sin pensar en el alcance o en la intención. 

Los Caballeros de la Mesa Redonda, entregados al servicio de Camelot, paradigma de generosidad



















El diccionario nos dice desde la gramática que la generosidad es la “inclinación o propensión del ánimo a anteponer el decoro a la utilidad  al interés”, en otra acepción que complementa la anterior es “largueza, liberalidad”. El significado de la palabra encierra un desprendimiento natural de algo que nos es preciado en favor de otro, no se puede entender como una obligación o deber, porque aquí se desfiguraría la genuina voluntad de dar, entregar, compartir, sería algo así como solicitar que amarren a un generoso para que colabore, el acto de generosidad es ante todo libre, volitivo, natural, no tiene afeites ni segundas intenciones, es dar por el gusto visceral de hacerlo.

Algunos dicen que la generosidad es una virtud, pero como la palabrita se desprestigió tanto a partir del maniqueísmo y la tradición judeo-cristiana, la utilizaron para describir lo “bueno” y lo “bondadoso” con su sesgada lente (recordemos no más lo que era una mujer virtuosa: abnegada, conforme, sufrida, sometida) y la impusieron como requisito para alcanzar glorias eternas y etéreas,  prefiero sopesarla como un valor humanista,  como un atributo que contribuye al arte de vivir como humanos dignos y útiles.
"Todos para uno y uno para todos", de eso se trata.

La generosidad vale por la generosidad misma, cualquier variable que altere esta premisa desfigura el acto que pretende ser generoso y no hablamos solo de generosidades materiales, adjetivas, secundarias, las que resultan a veces solo como corolario de la largueza de alma, de la amplitud del espíritu o de la conciencia, como lo quieran llamar. Si aterrizamos esta altruista teoría sobre la práctica, nos encontraremos que la generosidad es bien escaso; el entorno, el miedo, la crianza egoísta, el ego, o simplemente la mala leche que abunda en el corazón humano, no la dejan florecer.

Una vieja canción protesta decía “no hay que dar de lo que sobra sino lo que está faltando” lo que es una verdad de a puño; muy pendejo era el aficionado al bolero que decía “el tiempo que te quede libre, si te es posible dedícalo a mí”, ese inseguro y de baja auto-estima no trataba con un ser generoso; el que da lo que le estorba, lo que ya no necesita, no ejecuta un acto generoso, ese lo que está haciendo es aseo. El que es avaro con el tiempo de acompañar, con su capacidad de apoyo, con su voz de aliento, es mezquino, así se escude en el trabajo o en la protección de sus emociones, termina siendo estorbo porque “quien no vive para servir no sirve para vivir”.

El que ayuda a otro para que lo vean es simplemente un exhibicionista o un adicto al protagonismo; el que lo hace para rebajar impuestos o para maquillar su dudosa reputación es un farsante; el que regala y reparte dádivas para presumir y empequeñecer a los demás o para quedar bien con la familia y la sociedad es un completo falsario.
El bello y generoso mito mariano, ilustrado por Da Vinci

Entonces ocurrió lo inevitable, me encontré con la pregunta del millón ¿soy generosa? Y mi balance resulto aceptable, con tendencia al alza. En mi no sería virtud, la vida me premió con una infancia abundante en el sentido más integral de la palabra; la abuela que me crió era libertaria, liberal, amplia, de mente abierta y con la faltriquera llena; para mí la vida es de compartir lo que se tiene por crianza, no sufrí de hambre ni moral ni material, quedé salvada de la tacañería que queda como impronta cuando se tienen hambres viejas.

Las iglesias cristianas, en especial la católica que sufrí y dejé, no habla de generosidad, el vocablo que utiliza es el de misericordia lo cual me parece un arma de doble filo porque encierra un concepto amañado. Según mi amigo el diccionario, la misericordia es “Virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias ajenos” y como atributo divino la define como “Atributo de Dios, en cuya virtud perdona los pecados y miserias de sus criaturas.”, infiero sin mayor trabajo neuronal, que la misericordia se refiere a ayudar al que es menos, al miserable, al pecador, al necesitado; en tanto que la generosidad es de corte humanista y se ejerce horizontalmente, la misericordia es de corte religioso y se ejerce verticalmente, el de arriba, el poderoso, el santón, subsidia o subsana miserias ajenas, bajezas de “inferiores”.

El "misericordioso" Epulón mira desde su altura al "miserable" Lázaro
No obstante, en alguna medida existe bondad en las llamadas obras de misericordia corporales de la iglesia católica (aunque la mera fórmula me produce urticaria), la imagen que me viene a la mente es la del rico Epulón dejando caer sus migajas para que las recogiera el pobre Lázaro, pero bueno yo he sido eficaz en tornar a mi favor algunas de las cosas que de buena fe, pero de forma inconveniente me enseñaron, como me pasa con los llamados pecados capitales (buen inventario de las pasiones humanas cocinado a partir del morbo eclesiástico) que me sirven para mis catarsis, adaptados a las confesiones de una anarquista; en este caso sopeso como estoy de avaricia.

Las obras de misericordia corporales de los católicos que observo cumplen poco los creyentes, son:

  •  Dar de comer al hambriento
  • Dar de beber al sediento
  • Vestir al desnudo
  • Acoger al forastero
  •  Liberar al cautivo
  • Visitar al enfermo
  • Enterrar a los muertos
Aquí salta de bulto que la obra misericordiosa debe tener como destinatario el sujeto necesitado, lo que me parece rescatable, no como sucede a menudo y casi que en forma inconsciente, el “generoso” atiende a la tribuna para su conveniencia: sucede a menudo que las liberalidades y atenciones se tienen con el “jefe”, con el funcionario público, con el que resulta oportuno granjearse por razones sociales o de negocios, esta es la fórmula usual de “generosidad” del arribista, del inseguro, del lambón.

La iglesia si se pifió totalmente con sus obras de misericordia espirituales que son:

ü  Poner en el buen camino al pecador
ü  Enseñar al que no sabe
ü  Aconsejar bien a quien duda
ü  Consolar al triste
ü  Soportar pacientemente a quienes nos molestan
ü  Perdonar de corazón
ü  Orar por los vivos y los difuntos.

Sopesadas con la lente humanista, dentro del contexto de la reflexión ética, el respeto y la tolerancia, estas obrillas devienen en una lista de chequeo para irrespetar al prójimo, al otro; quien las practica parte de la apreciación y valoración subjetiva de su superioridad: se siente libre de pecado y seguro de su sapiencia, esta es la raíz del  miedo cerval y la desconfianza total, que me producen pastores, curas, rabinos, ulemas y demás que ejercen el rol de poseedores de la verdad y dueños de lo “correcto”, son más peligrosos que pirómano con fabrica de fuegos fatuos.

A quien, con un mínimo de camino en la construcción del respeto, se le ocurre calificar como mejor lo suyo que lo del vecino ¿a cuenta de que?. Es en estas llamadas obras de misericordia espirituales que se escudan los que no quieren reconocer las diferencia,  las alternativas y los distintos caminos que cada quien opta para llegar al propio corazón.

Cultivo la generosidad porque me satisface y adorna mi morada interior, me siento feliz y útil, aprendí a contemplarla en todo su esplendor y me reconforta, la encuentro más a menudo en las personas de escasos recursos materiales, comparten con alegría su pan y su mesa, su techo y el calor de su hogar; la encuentro vívida en quienes viven atentos a su de-construcción, a su reflexión filosófica y bastante difusa, mal interpretada y aplicada entre aquellos para quienes el norte es el ánimo de lucro y su oficio es mas el de acumular que el de compartir.

Mi utopía: que globalicemos la generosidad…………





1 comentario:

  1. Y también, querida Clem, añadiría: globalicemos la sororidad..............

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