sábado, 12 de febrero de 2011

Vivir sin frases de cajón

De la juventud no añoro sino la locura, por lo demás es la época de la vida en que se vive a punta de frases de cajón. Se vive apasionadamente, se ama con locura, se detesta sin razón, se besa siempre como si fuera la primera vez, se batalla con vehemencia por causas de antemano pérdidas, sin compañía no valen ni el amanecer, ni el ocaso y lo peor, la juventud se uniforma…..en nombre de la identidad.

Ya no camino por un sendero serpeteante bordeado de arbustos con flores de mil colores, las mariposas me conmueven en mi estómago y no de flor en flor y el canto de los pájaros no es la overtura del arribo de un príncipe azul, hoy es su ausencia la que me mueve y  me anima a querer enrolarme con Green Peace (la de los pájaros que sobreviven y son reales, no la del mítico príncipe).

Ni remotamente espero, ni  quiero, “que vuelvan las oscuras golondrinas en mi balcón sus nidos a colgar” que aburrido y lánguido, lo que quiero es que el elegido, el seductor y el seducido, sea capaz de caminar conmigo, no en París, ni en Verona, ni en la campiña, ni junto al saltarín riachuelo, sino en las noches largas en que le busco un sentido a la vida a pesar de creer que si bien me va, solo seré el abono de un sauce llorón en Iscalá, la casa solariega de mi infancia.

La vida la definen mejor los seres atormentados, por eso estoy con la generación del 27 o con los poetas malditos y es claro que María de Jorge Isaac o la Dama de Las Camelias del Dumas hijo, me parecen mal intencionada distorsión del auténtico talante femenino. Cuando quiero identificarme con el discurrir de una mujer, me siento a conversar al atardecer con Lou Andreas Salomé que enamoró a Nietzche y a Rilke al tiempo, sin inmutarse, sin apegarse, sin tener hijos y sin sufrir…si señor.

Tengo abierta la maleta y no se si voy al invierno o al verano, al mar o a la montaña, al trópico de cáncer o al de capricornio; mis movimientos los ensayo de translación y no de rotación y hoy, ni yo misma me fío de mis metáforas.

Clemencia Gómez

Sin alardes...sin zalamas



Ya es hora de comenzar la jornada, vuelvo de una noche de plácido sueño en mi zaquizamí, dejo la tibieza de mi almohada, me estiro como un gato, salto, aún salto, y abro mi ventana, me apoyo en el alféizar y veo el calafate en la playa del frente, con su canoa boca abajo, bregándole al día a punta de brea y estopa; le sonrío y lo saludo agitando la mano y recibo de su parte una encantadora zalema. Entonces, me detengo en su rostro de piel aceitunada, en su cara de beduino y alcanzo a distinguir unos ojos moros, a los que dan sombra la cenefa del pañuelo que tiene amarrado en su cabeza, por el que se escapan unos rizos negros.

Viéndolo calafatear su tosca embarcación, percibo que este hombre no es dado a la faranga, no es cualquier moharracho, pues la expresión corporal deja ver unas maneras suaves, delicadas, que recuerdan más bien a un joven derviche en oración.

Calzo mis babuchas de badana y me dispongo a caminar por la playa, para poder  observar un mar color de lapislázuli antes que el sol caliente demasiado y los muchachos con sus farotas y sus cerbatanas formen odiosa algarabía. Al abrir la puerta de mi casita de la playa, un fardacho me asusta, pero es tan ágil, tan verde, tan ligero, que me recuerda que el tiene  mucho mas tiempo que el hombre sobre este planeta y que a lo mejor soy yo la que lo he asustado con mi desproporcionado alarido.

Busco entonces el rostro sarraceno para preguntarle si pesca y si podría al final de la tarde proveerme un poco de pescado, me escucha con atención mientras extiende un raído zofra y me invita a sentarme en el. Me ofrece un vaso de agua cristalina, incolora e inodora, pero no ínsipida, porque sabe a limpio, a puro, a gloria y me cuenta que proviene del aljibe de su casa, que es la de pared anaranjada de largo zaguan. A mí me sabe al elíxir de la vida y produce en mi interior extraña alquimia de sosiego y de paz.

Iniciamos una conversación nada baladí, me cuenta de su vida y de todas las valijas que ha tenido que llenar y desocupar para llegar hasta este rincón del mar; los transeúntes miran extrañados este diálogo inusitado que reanudamos despues de cada saludo, ya que han pasado el alcalde, un par de chafarotes y un grupo de la tercera edad que lenta y sigilosamente se dirige a la dársena.

Me dice que al caer de la tarde no solamente me traerá el pescado, además el lo preparará con sal, cúrcuma y aceite con garam masala, lasaña de berenjenas y puré de alboronía; me marcho entonces para volver a la hora convenida, y lo encuentro rasgando una guitarra y entonando como un zorzal, una meláncolica danza de su tierra.

Sentada en el alhamí, me pongo a pensar que bellas que son las palabras  que en nuestro idioma nos quedaron del mozárabe; que precisas, descriptivas, sonoras; en verdad que le dieron y le dan esplendor.


Clemencia  Gómez