martes, 2 de abril de 2013


REFLEXIONES NON SANCTAS  DE SEMANA SANTA


Dice el diccionario de la Real Academia, que la palabra SANTO, como adjetivo, significa “Perfecto y libre de toda culpa”, de donde resulta fácil concluir que en este mundo de la especie humana no hay santos y el que se lo crea, adolece de una soberbia irredenta, lo que de suyo lo descalifica para aplicar al santoral. De manera que la reflexión en primera persona y desde la imperfección que me caracteriza, es lo que hoy considero válido, sin absolutos y con disposición a cambiar la perspectiva si las circunstancias lo ameritan, de manera que ni yo misma me la creo mucho, porque soy una especie de voltiarepas, eso sí, apoyada en la razón y la sinapsis. ¿Entienden porque me parece irresponsable dar consejos, ejemplo, recomendar religiones, filosofías o creerme dueña de la verdad?

Seguramente si hubiera podido vivir frente al mar, en un pent-house pagado por un marido generoso, si me hubiera adaptado a la sociedad de consumo, miraría las personas reflexivas, las que dicen verdades, las que miran con perspectivas distintas a las de la masa, como bichos raros, cuando no insanos mentalmente; felizmente no fue así, la vida me impuso la necesidad de revisarme, de examinarme, de deconstruirme, para aceptar pasablemente la angustia de vivir.

Las pobres almas del purgatorio 
No siempre fue así, dentro de mí aún vive esa niña a quien mi nona Carmelita vestía con un abriguito blanco, con guantes blancos, los jueves santos en Pamplona, para que la acompañara a arreglar el Santo Sepulcro que saldría en la procesión del viernes, labor que realizó gustosa y de su propio peculio, por más de veinte años. Llena de fervor la ayudaba en silencio con las canastas de azucenas, los ramos de tul y los perfumes paganos con los que rociaba la imagen; desde entonces me sentía confundida y amilanada por tanta sangre y sufrimiento y desde entonces me gustó más el Jesús vivo y hermoso del Sermón de la Montaña.


Lo primero que no entendí es que Dios recreara tanto dolor y sufrimiento, tanto castigo y culpa, tanto remordimiento y llanto; cuando entraba a una habitación que en la casa de la Calle Real  la abuela tenía destinada para altar y santos, me repugnaba un cuadro de unos seres atormentados entre llamas, que imploraban ser sacados de allí: eran las almas del purgatorio; me producía escozor una imagen del Sagrado Corazón con la víscera cardíaca expuesta y sangrante por cuenta de mis culpas y pecados y de las culpas y pecados de todo el género humano y empecé a pensar que si tuvo en sus manos hacernos perfectos, lo que le había resultado era toda una chambonada, por lo menos en lo que a mí me correspondía, llena de miedos, de inseguridades, de incredulidades y por lo que correspondía a los seres de mi entorno, excluyentes y poco dados al prójimo incondicionalmente.

Pero la nona y mi mamá que se ocupaban no solo de mi salud moral, sino de mi salud intelectual, antes de que cumpliera los ocho años, ya me habían regalado dos libros que dispusieron mi ánimo para la lectura: uno era “Las Mil y una Noches” en una edición preciosa y bellamente ilustrada, que conservo y el otro “Las más bellas leyendas de la antigüedad clásica” que vi por última vez  en Iscalá.

Thor y su invencible martillo
Me di cuenta que era católica, apostólica y romana por cuenta de la crianza y la latitud, pero que seguramente sería anglicana si fuera inglesa, luterana si fuera alemana, creería en Thor si hubiera sido vikinga o en Zeus y compañía si hubiera sido griega en la antigüedad y que no era politeísta como mis ancestros aborígenes, simplemente porque la conquista de América, a punta de cruz y de espada, había hecho de mí, otra cosa.

Lo único que verdaderamente pude deducir, con cierta certeza que me reconfortaba, era que los seres humanos, en donde quiera que estuviesen, cualquiera fuera su cultura, su etnia o su asentamiento geográfico, habían acomodado dioses, creaciones y orígenes, para suplir sus necesidades emocionales; yo ya no era tan rara, ni tan solitaria, ni tan pesimista, aprendí que no había dioses temibles, ni cielo, ni infierno, ni verdades absolutas y que el mito era una simple invención humana o cuando mucho un relato maravilloso y épico, que nada tenía que ver con la historia, ni los hechos reales, protagonizada por seres de carácter divino o heroico, que daba respuestas irreales a lo que los seres humanos no alcanzábamos a comprender, aún a costa de calumniar a dioses y de inventarles falencias humanas.

Zeus y Hera

Entendí que lo verdaderamente importante era la convivencia pacífica y que debía estructurar mi vida alrededor del respeto y la tolerancia, encontré en la filosofía y el conocimiento, el humanismo que buscaba para mí, aprendí que el mundo no se creó en seis días, sino que cada día cambia, se recrea, evoluciona y que yo soy la medida de todas las cosas. Me respaldaban los científicos, la física, la astronomía y eso me producía consuelo, alivio y en buena mediad un sentido de la vida, que no lo tiene per se, que me corresponde a mi buscar, explorar, concluir.

Ni era hija de Dios, ni heredera del cielo, falacias que nos hicieron equivocar el camino, era simplemente un eslabón más en la cadena de la vida, parte del paisaje, que cada día cambia y evoluciona, no estaba completa por tener la vida biológica y si quería caminar en pos de la excelencia humana, debía hacerme yo misma los acabados de la mejor manera posible, única forma de trascender, sino como individuo, por lo menos como especie.

En esta Semana Santa de los católicos,  frente a la perfección de la naturaleza, me he sentido incrédula, libre y orgullosamente anárquica e iconoclasta, un poco pérdida sí, pero el Darwin me dio una inmensa esperanza: no es que pertenezca a una especie monstruosa por la violencia y la intolerancia, es que somos muy jóvenes sobre la tierra, vamos en proceso de cambio, en fin que esta debacle se compone, me basta con cambiarla para mí misma superando perjuicios que son de suyo imbéciles y alejados de toda inteligencia y yo que creo poco y en lo poco que creo creo poco, de verdad que creo en la inteligencia, lo que la contradiga, es perverso.