El refinamiento en la dicción y la entonación de mi lectura estuvo a cargo de mi nona Carmelita, allá por mis cinco años, en el corredor de los helechos de su bella casa de la Calle Real en Pamplona; el texto por ella escogido para nuestra clase diaria era, ni más ni menos que LA DANZA DE LAS HORAS, de Calibán, seudónimo con el cual se presentaba Enrique Santos Montejo, periodista de EL TIEMPO, quien en ocasionales visitas a Pamplona se hospedaba en la pensión de Margarita e Isbelia Sandoval, primas hermanas de mi nona, para descansar y asistir también a veladas literarias y a deliciosas conversaciones en la amplia sala de la Calle Real, en donde las muy liberales Sandoval, autodidactas y lectoras consumadas, compartían con lo más granado de la intelectualidad pamplonesa: Milciades Peralta, Francisco Jordán, Manuel Laguado, poetas, escritores, que encontraban allí inteligencia y excelente brandy.
Desde entonces oigo nombrar a los
SANTOS, del notablato nacional: inteligentes, cultos, liberales en el mejor y
más puro sentido de la palabra, aristócratas criollos, de buena cepa santandereana,
dedicados al intelecto, el periodismo y la política; por casualidades de la
vida, el expresidente Eduardo Santos Montejo, hermano de Calibán, y Doña
Lorencita Villegas su esposa, fueron amigo cercanos de los González Ferrero, la
familia política de mi mamá Stella por virtud de sus segundas nupcias.
De manera que los Santos no me fueron del todo ajenos; sobrino-nieto de estos personajes de mi infancia es
nuestro Presidente JUAN MANUEL SANTOS CALDERON, hijo de Enrique Santos Castillo
y de Clemencia Calderón Nieto, de quien hace ocho años no hubiera pensado ni
por asomo escribir algo, pero que a lo largo de su gobierno, fue de menos a más
en el termómetro de mi admiración y respeto de anarquista, anarca, para más
señas.
Lo primero que he de agradecerle
expresamente es la prudente distancia que tomó del expresidente uribe
(minúscula de intención) en favor de su gobierno y del país entero que aún no
logra evaluar objetivamente la bondad y la valentía de esta decisión; le doy gracias de todo
corazón, descansamos del horripilante personaje y pudimos algunos tomar fuerza
para no acudir al suicidio masivo con el retorno de este karma infernal. En
verdad fue todo un acto de inteligencia y coraje, que le permitió su paso a la
historia de los poquísimos que han hecho algo en el Solio de Bolívar, este
último incluido.
Gracias por su embeleco por la
PAZ, cualquiera que haya sido la motivación, nos sirvió a todos, especialmente a los
que denigran de ella porque los hace perder el jugoso negocio de la guerra, son los necesitados de tomar rumbo por el camino de la excelencia humana;
mantener la caña económica sin el puntal del petróleo también es digo de reconocimiento,
de esto no se mucho ni me interesa, pero oigo a los que saben; mis intereses
son trascendentes y de mejor catadura que el comercio.
Le agradezco su elegancia; con
María Clemencia mi tocaya, estuvieron siempre a la altura en todas las latitudes
y en todos los entornos, me sentía extraña de no colorearme como en el gobierno
anterior en donde el buen gusto y la elegancia brillaban por su ausencia.
Agradezco a sus hijos su buen ejemplo, los jóvenes colombianos pudieron
entrever que el gusto por la academia y la voluntad de servicio resultan
quehaceres más valiosos que las empresas de basura y los centros comerciales.
Sus ministros resultaron señores
sin prontuario lo que ya es bastante en este país de corruptos, regalarnos la
visión de un Alejandro Gaviria, arquetipo de HOMMO SAPIENS, ha sido una muestra
didáctica para que los ciudadanos de este país acostumbrados a admirar narcos y
paras, empiecen a encontrar la diferencia entre un Pinochet y un Mandela.
Gracias PRESIDENTE SANTOS.
Gracias por hacerme recordar los días
de mi infancia, gracias por su don de gentes, Usted nos ha dejado el camino de
la PAZ y en el intento se la lleva con usted y su familia para disfrutarla; a
fuerza de querer el cambio lo consiguió para usted, hoy es un mejor ser humano
sin duda que el que llegó hace ocho años y la historia de la Colombia mínima tendrá
que reconocerle que nos dejó un país mejor, más pensante y más justo.
Si de algo le sirve una mujer
libertaria, buena conversadora, quien jamás da consejos, cuente siempre conmigo. Abrazo a Tutina, a
Martín, a Ma. Antonia y a Sebastián. A Celeste que lo malcríe bastante
Presidente y que tenga en cuenta que ella ya es de la generación de la PAZ.