sábado, 5 de marzo de 2011

El viejo tiene el rostro que se diseñó.

Que cada cual tiene en la vejez el rostro que se merece, que duda cabe. Basta observar a nuestro alrededor para deducir sin mayor esfuerzo mental, que el estilo de vida del joven, se refleja en la cara del viejo. En ningún momento de la vida es tan necesario tener un concepto de la propia dignidad y una visión panorámica del ridículo, como cuando iniciamos el inevitable camino de la vejez y no digo el descenso, porque para muchos el proceso de envejecer es un ascenso hacia la sabiduría y hacia los placeres sutiles.

El joven y bien plantado Coronel Gadafi
Cuando era niña quería parecerme a mi mamá Stella y nada me ponía mas nerviosa que cuando un amigo me decía: Mi papá me preguntó si te pareces a tu mamá. Con el correr del tiempo supe que en muchas dimensiones, la mas parecida a ella, era yo: teníamos en común, el diminuto umbral de la frustración, las nostalgias se nos enquistaban hasta volverse casi inamovibles y con igual facilidad podíamos sentirnos extraterrestres, fuera de lugar, en el planeta azul. 

Apenas comenzaba el camino del otoño, cuando se fue de entre nosotros y uno de esos últimos días que compartimos juntas me dijo: tus amores y tus odios, tus comprensiones y tus incomprensiones, tu sobriedad o tu exceso, tu capacidad de cambio o tu necedad para aceptarlo, tu capacidad de olvido o tus resentimientos, se verán en tu rostro cuando estés vieja y yo le creí, por que ella nunca me dijo una mentira.
El viejo tirano megalómano y disoluto

En estos días viendo a Muammar Gadafi, me volví a acordar de mi madre; que extraño, el viejo tirano me hizo recordar a una mujer bella a la que yo quería parecerme. De pronto, en el claro oscuro de alguna de estas últimas tardes, pasé frente al espejo y la vi a ella, en el caminar pausado que hoy tengo y en el gesto de la cabeza; imposible olvidar nuestras conversaciones en estos tiempos que se avecinan. Ahí está para recordarme que hay cosas que nos salieron bien.