Leonora y Max captados en un instante fugaz |
La muerte de esa mujer única que se llamó Leonora Carrington, quien encarnaba el surrealismo mismo, su constante búsqueda y su permanente huída, removió en mi conciencia instantes lúcidos e instantes enajenados que le dieron color, pasión, emoción y aprendizaje del bueno a mi vida. Volver a verla junto a Max Ernst, me recordó que el genio del artista es una delicia para el público y no pocas veces un tormento en la cotidiniadad. Entiendo perfectamente que recurriera a un charlatán de marca mayor como Jodorowsky, actor, guionista y director de cine de segunda, metido a terapeuta finalmente, inventor malhadado de una entelequia densa e indigerible a la que llamó psicomagia, que servía de paliativo y distracción para la depresión que la aquejó siempre, después de la partida de Max Ernst.
Me reí de mí misma, que es uno de mis deportes favoritos, al recordar que en alguna época, llevaba en mi cartera una novena rota a San Marcos de León, patrono de imposibles, un curso de meditación en la luz, un libro de budismo, una biblia, el manual de ejercicios Chi Kung, consejos del Tao y una camándula reventada, a ver que me daba resultado para calmar revueltas emociones. Me complace que esta búsqueda, fiel a mi estilo de conocer las cosas de pisadas y no de oídas, a fuerza de reflexión y razón, desembocara en un agnosticismo, a veces recalcitrante, que me llevó a aceptar mi finitud y la impermanencia del vivir.
Jeanne Hébuterne o la desesperación misma |
Puedo decir, asumiendo un mínimo riesgo de equivocarme, que hay dos momentos gloriosos en la convivencia con un artista, el de la deslumbrante llegada y el de la necesaria partida. Arriban a la vida femenina con la innegable luz de su genialidad, de su ternura, de su sensibilidad y se marchan con sus silencios y su incapacidad de compromiso, pero experimentarlos, bien vale una depresión.
Yo misma captada por el pintor Grégoire Ferland en un dia de vino y rosas |
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarClemencia, me encantó tu escrito sobre "Vivir con un artista o caminar en la cuerda floja". La verdad, me incitó varias reflexiones que desde mi punto de vista de "artista" coinciden con las tuyas. Claro que muchas veces he practicado eso de "¡El amor, aunque duela!" y la verdad ...siempre duele. A veces creo que ni yo viviría conmigo mismo, pero al fin y al cabo todos tenemos nuestra materialidad y terrenalidad. Creo que al fin y al cabo, lo que le dejamos a los demás es lo que vale, no lo que uno toma de otros. Lo importante es ser honesto al máximo y vivir dejando vivir! Un abrazo por tus refrescantes notas. Me declaro seguidor público.
ResponderEliminarGracias Ricardo, me anima a compartir.
ResponderEliminarTrataré de que ella jamás lea esto, Clem.
ResponderEliminar